Video de Fabián Strier
Existen rumores que circulan por los escalones de la
popular, y porque no también por las butacas de las plateas, del querídisimo
Libertadores de América. Leyendas urbanas que protagonizan actores centrales o
de reparto de las diferentes realidades que afronto dentro y fuera de la cancha
nuestro equipo. Es difícil saber puntualmente como nacen. Pueden surgir de la
trastornada mente creativa de algún hincha, de una conversación, abundante
cerveza mediante, de alguna sobremesa de ‘El Tano’ ó de algún dato revelador que se filtró hacia
las bases populares desde la intimidad del vestuario. Relatos cuya veracidad quizá jamás podrá ser
verificada, siendo justamente eso lo que condimenta alrededor del mismo cierto
sabor misterioso, con un pie reposando en la realidad y el otro en la ficción.
Casos hay miles, a lo largo de El Rojo y también en el
cuerpo del fútbol nacional. Pero hoy nos vamos a centrar en uno sucedido una
oscura noche de Mayo del 2014, faceta perteneciente a aquella dolora travesía
en la B Nacional. Independiente debía reinventarse jornada tras jornada: Un
plantel de nivel medio, irregular y con la presión del ascenso presente en cada
rincón de la rutina, concurría a Caballito para intentar trepar hacia los tres
puntos y no perderle pisada a Instituto de Córdoba, quien ocupaba el tercer
lugar de la tabla y, por ende, se encontraba en puestos de ascenso, a
diferencia de El Diablo, sometido a un cuarto lugar. Defensa y Justicia y
Banfield habían tomado una distancia casi consagratoria y la puerta de escape
comenzaba a cerrarse poco a poco.
Cuatro jornadas separaban a Independiente de la conclusión
del torneo, y la diferencia entre decisiones tácticas y manotazos de ahogado
hubiera sido nula de no ser por un fríamente calculador e inteligente estratega
Omar De Felippe, quien comenzaba a darse cuenta el aroma a hazaña que iba a
tener que tener un hipotético ascenso rojo: Iba a ser el orquestador de una
obra agónica resuelta en la última instancia, cuando todo parecía perdido.
Pero no nos adelantemos. Fecha 38. Anochecer lejano de
cualquier tranquilidad en el estadio Arquitecto Ricardo Etcheverri, hogar de
Ferro Carril Oeste. ODF alineó a Diego Rodríguez; Gabriel Vallés, Cristian
Tula, Sergio Ojeda, Claudio Morel Rodríguez; Marcelo Vidal, Federico Mancuello:
Matías Pisano, Daniel Montenegro, Federico Insua; Facundo Parra. Un once para
nada despreciable. El local, que acarreaba cuatro partidos sin victorias,
deambulaba sin rumbo en el campeonato esbozando ideas de juego que nunca
llegaban a concretarse. Lo interesante aquella velada, puntualmente, se
encontraba en su defensa. Y no lo decimos porque un componente de la misma sea
‘Satanás’ Páez, sino porque en ella se hallaba el nombre de Eduardo Nicolás
Tuzzio, parte vital en el título de la Copa Sudamericana 2010 y uno de los
jugadores que más ovaciones recibió por parte de la hinchada roja. ¿Acaso podía
llamárselo ídolo? Viendo la cantidad de anónimos que se pusieron la sagrada
casaca de Independiente, un caso como Tuzzio, de sacrificio, resurrección y
entrega permanente, es válido de remarcar.
Corrían los minutos a la par de que Independiente se
desdibujaba paso tras paso en el campo de juego. Ferro, con presión y control
de la pelota, amenazaba con vulnerar el arco defendido por Rodríguez. A los 14
minutos de comenzado el match, un débil mediocampo no pudo intervenir el paso a
trote del volante Israel Coll. De afuera del área este aprovechó el espacio
regalado para disparar contra el arco. ‘El Ruso’ tapó el sorpresivo remate sin
poder evitar un rebote en diagonal que el atacante Pablo Caballero transformó
en gol. Durísimo golpe para un desanimado equipo que con el partido apenas
comenzado se encontraba con la obligación de encomendar una remontada.
Es difícil poder deducir lo que pasó por la cabeza de
jugadores y director técnico cuando, un puñado de minutos después, Tula
atropelló dentro del área al mismo Caballero, generando un penal para Ferro que
ponía la condena a la vuelta de la esquina: No iban siquiera 30 minutos de
cotejo y le resultado se podía ir a un 2 a 0 adverso. Era el fin del mundo: El
deseo del ascenso podía recibir un golpe de knock-out en esa misma cancha. Y si
esas sensaciones no eran suficientes, decenas de sentimientos encontrados
aparecieron cuando quien tomó la pelota para hacerse cargo de la pena máxima
fue Eduardo Tuzzio.
Los flashbacks de aquella calurosa noche gloriosa en la cual
un penal ejecutado por Tuzzio había brindado a Independiente la Sudamericana
reaparecieron en un guion en el cual nuestro héroe se debía poner el traje de
villano. Por esas cosas de la vida, el Tuzzio que nos había dado un título
cuatro años atrás hoy se veía obligado a dejarnos al borde de la inmovilidad en
la segunda división. Era un escenario espantoso y la tentación latente de
apagar el televisor y proteger a nuestros ojos de aquella oscura función era
algo propicio.
Uno jamás dudaría del compromiso de un jugador como Tuzzio
con su equipo, sea Independiente o Ferro. Fue un capricho del destino: Un
emblema que años antes nos había devuelto al plano continental, aquella noche
de Mayo, por accidente, nos devolvió la vida y la ilusión de ascenso. En el
encuentro de la primera rueda de la B Nacional, disputado en 2013, Tuzzio había
visto conmovido como todo un estadio lo aplaudía de pie. Agradeció con un gesto
y retomó su rol en su nuevo equipo.
Es imposible creer que Tuzzio malogró ese
penal intencionalmente. Pero también es imposible interpretar que Tuzzio,
nuestro Tuzzio, haría algo que encadenará a Independiente a un infierno.
(Anteriormente on-line en Siempre Independiente)
No sé si leerás esto a dos años de la publicación, pero realmente me conmovió tan bien detallado recuerdo. Gracias.
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