Año 2013. Corrían las primeras fechas del torneo paraguayo.
Cerro Porteño y Nacional se veían las caras en un Estadio Defensores de Chaco
expectante de victoria. Pero para los locales la jornada se tornó angustiante
cuando el referí pitó un penal para la visita. El nerviosismo, indignación y
tensión se respiraba en el aire, un clásico procedimiento popular ante los
fallos de pena máxima. Sin embargo, la situación fue cobrando aún más tensión a
medida que las provocaciones entre las hinchadas de ambas escuadras se
devoraban la pasividad previa al penal a ejecutar. Esos momentos de gastadas,
insultos y sobradas irrumpieron por completo en la cabeza de un aficionado
cerroporteñista, quien ciego de ira trepó un alambrado y se dispuso a ajusticiar
a cualquiera que discutiera la dominación de su equipo por sobre Nacional.
Escándalo total.
La policía intervino y retiró al enfurecido hincha para
destinarle una oscura y húmeda celda durante aquella velada. Sus ojos rojos y
los lazos rubios de su pelo pudieron haber hecho rememorar a algún testigo que
ese detenido había sido, escasos años antes, defensor del Club Atlético
Independiente.
Carlos Báez fue una de las caras nuevas de la segunda etapa
de Jorge Burruchaga al mando del Rojo. Una fase donde los desgastes y fugas
tácticas de su gestión comenzaban a devorarse los pocos retazos de buen fútbol
que había gozado en su primera etapa como técnico del equipo de Avellaneda. Con
24 años y un antecedente en Cerro Porteño, este defensor originario de Asunción
debutó un 3 de Marzo de 2007 en la derrota 1-2 ante Banfield en el Florencio
Sola. Ese día compartió zaga con Leandro Gioda, Guillermo Rodríguez y Sergio
Escudero. Disputó, en total, 21 partidos con la camiseta del Diablo. Emigraría
posteriormente a Arsenal de Sarandí.
En 2011, tras un fugaz pasó por el fútbol chileno, abandonó
el fútbol con solo 29 años. Incluso rechazó ofertas de otros equipos de su país
natal alegando su compromiso inquebrantable con su amado Cerro Porteño. Una vez
afuera de la actividad profesional, encontró la horma de su zapato en las
gradas de su ex equipo. Lejos de acumular clubes en su trayectoria, su
actividad le implicó recolectar causas judiciales en su expediente, preso de la
locura a por los colores del conjunto que lo vio nacer. Un rebelde sin causa
que nos ilustra las peligrosas (pero atrapantes) superficies de amor extremo
que el fútbol nos puede regalar.
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