sábado, 7 de enero de 2017

Carlos Báez



Año 2013. Corrían las primeras fechas del torneo paraguayo. Cerro Porteño y Nacional se veían las caras en un Estadio Defensores de Chaco expectante de victoria. Pero para los locales la jornada se tornó angustiante cuando el referí pitó un penal para la visita. El nerviosismo, indignación y tensión se respiraba en el aire, un clásico procedimiento popular ante los fallos de pena máxima. Sin embargo, la situación fue cobrando aún más tensión a medida que las provocaciones entre las hinchadas de ambas escuadras se devoraban la pasividad previa al penal a ejecutar. Esos momentos de gastadas, insultos y sobradas irrumpieron por completo en la cabeza de un aficionado cerroporteñista, quien ciego de ira trepó un alambrado y se dispuso a ajusticiar a cualquiera que discutiera la dominación de su equipo por sobre Nacional. Escándalo total.

La policía intervino y retiró al enfurecido hincha para destinarle una oscura y húmeda celda durante aquella velada. Sus ojos rojos y los lazos rubios de su pelo pudieron haber hecho rememorar a algún testigo que ese detenido había sido, escasos años antes, defensor del Club Atlético Independiente.


Carlos Báez fue una de las caras nuevas de la segunda etapa de Jorge Burruchaga al mando del Rojo. Una fase donde los desgastes y fugas tácticas de su gestión comenzaban a devorarse los pocos retazos de buen fútbol que había gozado en su primera etapa como técnico del equipo de Avellaneda. Con 24 años y un antecedente en Cerro Porteño, este defensor originario de Asunción debutó un 3 de Marzo de 2007 en la derrota 1-2 ante Banfield en el Florencio Sola. Ese día compartió zaga con Leandro Gioda, Guillermo Rodríguez y Sergio Escudero. Disputó, en total, 21 partidos con la camiseta del Diablo. Emigraría posteriormente a Arsenal de Sarandí.


En 2011, tras un fugaz pasó por el fútbol chileno, abandonó el fútbol con solo 29 años. Incluso rechazó ofertas de otros equipos de su país natal alegando su compromiso inquebrantable con su amado Cerro Porteño. Una vez afuera de la actividad profesional, encontró la horma de su zapato en las gradas de su ex equipo. Lejos de acumular clubes en su trayectoria, su actividad le implicó recolectar causas judiciales en su expediente, preso de la locura a por los colores del conjunto que lo vio nacer. Un rebelde sin causa que nos ilustra las peligrosas (pero atrapantes) superficies de amor extremo que el fútbol nos puede regalar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario