Resultan escasos poder encontrar vivencias disímiles para narrar los hechos de los canteranos millenials que aparecieron en el último tiempo en el Rojo. Villa Domínico, aquel recinto formador de ilusiones ligadas a un balón, terminó -en varias oportunidades- representando historias pertinentes de escribir en este blog, en donde escasos partidos, el mote precoz de figura y la intrascendencia post C.A.I terminan aflorando.
Jeremías Caggiano es otra personificación de esto que venimos barajando y masticando cuando nos encontramos con jóvenes promesas que no llegaron a posarse en el pedestal que parecían construir cuando daban sus primeros pasos en la elite del deporte más popular de nuestro país. De natalicio en Mar del Plata un 15 de marzo de 1983, arrancó en el fútbol debido a su admiración por Gabriel Batistuta, cuando aún militaba en las filas de la Fiorentina, y con sólo 14 años de edad debió dejar la ciudad portuaria para amoldarse a las frías y grises estructuras de cemento del conurbano bonaerense, luego de haber pasado por las inferiores de Unión y Quilmes, ambos envueltos en su zona geográfica de orígen.
Su peregrinaje por la escuela de diablitos supo ser dentro de una especie de jet que lo llevó de 0 a 100 en una cuestión temporal muy veloz. En un año se afianzó en la octava división, para comienzos del nuevo milenio fue dos veces consecutivas goleador y apenas dos casilleros anuales transcurridos desde el '00 tuvo su esperado bautismo.
El Clausura 2002 no fue de las mejores producciones futbolísticas de Independiente en lo que refiere a coronarse, clasificarse a las copas o haber cumplido con el mínimo papel de pelear el certamen como su historia lo marca. Néstor Clausen no encontró la vuelta a un equipo que terminó sucumbiendo en el último puesto de la tabla de posiciones y debió dimitir antes de finalizar su papel práctico y contractual. En la séptima fecha de aquel campeonato, y sin poder plasmar lo que seguro el buen Néstor tenía en su mente, buscó en los pies de Caggiano una carta que cambie la ecuación. Fue el 17 de marzo, curiosamente dos días después de su cumpleaños, que tuvo su bautismo en una derrota 2-1 frente a Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Américo Gallego, campeón en el Apertura siguiente, inmerso en un año que tuvo a un mismo equipo con las dos caras de la moneda, no le dio suficiente rodaje al pibe al que todos catalogaban como prometedor y futuro goleador del primer equipo. Sin embargo, el canterano, aguardó hasta la llegada de Oscar Ruggeri al banco para poder volver a tener acción y demostrar ante la gente, en un ciclo de doce meses que comprendía al torneo local y Copa Sudamericana en el medio.
"Después no digan que no se lo dije: nace el nuevo goleador del fútbol argentino", soltó el ex campeón del mundo en señal de confianza, ante la respuesta tímida del promiscuo talento: "¿En serio dijo eso? Que presión que me tiró. Lo vamos a intentar y Dios me ayudará. Voy a tratar de cumplir y hacer más goles", replicó a sabiendas de la llegada de jugadores en su puesto que iban a competir con él, tales como José Luis Calderón, Bruno Marioni y Cristian Castillo.
Sin embargo, y pese a la confianza depositada en él, el fuego sagrado que irrumpió en ese cálido momento en la primera división terminó en lo que mencionábamos al principio. Caggiano no conformó las expectativas de los cráneos que fueron rodando por el banquillo de sustitutos y fue cedido a Huracán de Tres Arroyos. Allí, tuvo una temporada de 35 partidos y 16 goles que hacían presuponer que su vuelta a Avellaneda sería con crédito abierto para poder demostrar su madurez y buen pasar, cosa que no sucedió.
Julio Cesar Falcioni agarraba las riendas del equipo y debió moldear, separando e incorporando dependiendo del gusto y posibilidades económicas. Jeremías cayó en la bolsa de los agentes enlistados para futuras ventas o sesiones, tapado ante la aparición de Nicolás Frutos, Sergio Agüero y Bustos Montoya, por lo que recaló en el Guingamp francés a camio de 900.000 euros.
La vida quiso que el 2013 vuelva a juntar a los dos protagonistas estelares de esta historia. Con el Rey de Copas de rodilla, envuelto en la peor crisis financiera y futbolística de su historia, la antesala al choque frente a Brown de Adrogué presuponía un reencuentro con cambio de camisetas y de escenario -por la finalización del Libertadores de América- con el regreso de Caggiano y Martín Fabbro.
"Desde ya que no voy a gritar el gol si me toca convertir, aunque voy a dejar todo por hacer uno porque soy jugador de Brown. Cuando me llamaron desde Adrogué para sumarme lo primero que pensé era que iba a jugar en contra de Independiente y no lo podía creer", avisó nuestro personaje del día que continúa en actividad en las aguas del ascenso, en donde pasó por Deportivo Español, Camioneros -casualidad del destino sólo posible por la gestión Moyano (?)- y Berazategui en donde despunta el vicio hasta hoy en día, después de 39 cotejos con la divisa punzó, un puñado de seis tantos y un cúmulo de esperanzas y anhelos que no llegaron a cumplirse.
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