martes, 18 de julio de 2017

Darío Siviski



Hay cierta mística que envuelve a la década de los 80', que de alguna forma intriga a quienes pasamos a integrar el mundo en el decenio posterior a ella. La Copa del Mundo de México, el retorno de la democracia, la primavera alfonsinista, el Juicio a las Juntas, el surgimiento de las bandas pilares del rock nacional en los últimos tiempos, la extravagantemente cultural programación de ATC, el mundo pre-Internet, las conversaciones por teléfono de línea -si es que tenías- y el poder escuchar al himno Take On Me sonando en los boliches un sábado por la noche, mucho antes de que Maluma y sus secuaces hiciera de las suyas (?).

Cuidado querido lector, que no es la intención de este escrito caer en una melancolía barata. Si queremos crear un ambiente. Porque hablaremos de un jugador que es puro ochenta. Su cuerpo elástico, sus pantalones cortos ajustados y su melena rubia de rulos danzando al ritmo de sus pasos de botín, envuelto él en casacas de aquellos tiempos, sponsoreadas por marcas que hoy ya no existen. El volante ofensivo Darío Siviski inició su carrera en 1981, dotando su trayectoria de grandes actuaciones en Temperley, un breve período en el fútbol mexicano y -especialmente- en San Lorenzo, institución de la que es símbolo.

Pero la fiesta de los 80' llegó a su fin tarde o temprano. Y no nos referimos con el mero ingreso en la década de los 90'. El mundo cambió, y la gente también. Comenzamos con una derrota en la final del Mundial de Italia, para luego estallar en lágrimas con el doping de Diego Maradona. El plan de gobierno estaba sustentada por la política neoliberal, receta inicial, y principal, de la crisis socioeconómica que explotaría tiempo después. Estas maniobras administrativas también incluirían el indulto a los militares. El rock caminaría cada vez más cerca de ritmos antisistemas, descreído de un país que le había dado la espalda a su pueblo. ATC se privatizó de la mano del misógino Gerardo Sofovich, y la early internet empezaba a colarse en la rutina de cada uno de nosotros. Como bien describiría magistralmente Mario Santos en Los Simuladores, "La nueva década infame. Fueron los años en los que el  mal gusto invadió la nación."


Para ese entonces, Siviski pisaba los treinta años. Tras una fugaz estadía en el Servette de Suiza, y un parate de más de seis meses por una lesión, arribó en el invierno de 1991 para ponerse a las órdenes de la dupla Bochini-Fren. La apuesta no saldría del todo bien. Independiente quedaría alejado de los puestos de batalla y completaría una floja campaña que lo arrimo al onceavo puesto. Amén de lo escaso que se obtuvo, el público dió el visto bueno a El Ruso, aprobado por la falange en torno a su rendimiento en la Doble Visera. Algunos malestares físicos habían dificultado, sin embargo, la presencia del futbolista en el primer equipo. "Cuando me tocó jugar, creo que colmé las expectativas. En los últimos cinco partidos, convertí cuatro goles" deslizaba DS en la pretemporada de inicio al año 1992, esperando mejores augurios para el primer semestre de aquel año.

El mundo, mientras tanto, cambiaba para siempre. El último pilar de los viejos tiempos que podíamos observar en los mapas, la Unión Soviética, se había desintegrado. El comunismo dentro de un mundo bipolar, ya era historia. Había que replantear todos los mapamundis, obsoletos tras tamaño cambio político, social y geográfico. Estados Unidos, rival de la URSS en la Guerra Fría, también vivía transformaciones. La política exterior importaba menos ahora que la amenaza roja estaba desintegrada, y la obra de Ronald Reagan se apagaba en la mente de los votantes, que le daban la espalda a su ex vicepresidente, el jovato George Bush padre, y elegían a un joven Bill Clinton para tomar las riendas de su país.

En algún punto, durante un partido al azar, Siviski debió haber alzado la vista y vislumbró el símbolo definitivo de la década de los 90', el objeto que graficaba que la juventud había terminado, que el mundo pertenecía a hombres de traje sacando pasajes para ir a Miami y a los comerciales frívolos de cintas de correr a mitad de precio que se exhibían en TV abierta: Hablamos, claro, del dirigible de La Serenísima, volando por sobre las cabezas de un país que esquivaba el cierre de industrias y la pérdida de trabajo al poder acceder a zapatillas última generación como cualquier hijo del vecino de Oklahoma.

Independiente culminó el Clausura 1992 en el doceavo puesto, empeorando su performance narrada meses atrás. La situación motivó la salida de Siviski, buscando continuar su carrera en otros pagos. La fiesta, había terminado. Dejó 4 goles en 27 partidos y un curioso registro fílmico de la única declaración suya como jugador de El Rojo que hay en internet. En él, se lo muestra algo cansado, con ojeras peinando sus ojos, un puñado de jóvenes asoman por detrás curiosos por la cámara y él, con una camiseta negra, casi representando el fin de una era. Placenteramente cansado por lo bien que se vivió, desilusionado porque el fin está próximo.




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