martes, 2 de mayo de 2017

Indulto o Condena: Daniel Montenegro (2003-2004)

Montenegro en el centro. Primer gol en River, justo ante Independiente.
¡Qué difícil es perdonar! ¿Cuánto pesa en una persona el tomar la determinación de absolver o no a otro ser humano? Ese otorgar las disculpas recibidas, pese a mantener cierto sabor agridulce por lo pasado y por lo que puede suceder en el futuro, que genera algún que otro resquemor por el hecho de volver a la confianza. Hay quienes dicen que sólo Dios condona. En ese sentido, inmersos en la materia del fútbol, podríamos convenir en que Independiente pasaría a ser la religión, el Libertadores de América un templo y la deidad sería representada por una masa homogénea, ignota, pero a la vez con fuerza de voz y voto, que sentenciará o no y que podremos denominar como hinchada.

Indulto o Condena encarna –en forma de escritura- los pésames que todo fanático, en algún momento, se cuestionó. Líneas que, tanto yo escritor como usted lector, por el mismo carácter de peregrinar en pos de los Rojos alguna vez vivenciamos. Dicho esto, demos rienda suelta a la historia que hoy compete y, luego de juzgar los hechos, nos preguntaremos qué merece el homenajeado.

El Judas de esta historia será representado por Daniel Gastón Montenegro. Para muchos -sino mayoría- personifica el arquetipo de ídolo versión nuevo milenio, integrante del elenco campeón modelo 2002 y con records en su haber que avalan sus cuatro pasos por nuestra institución, tales como convertirse en el jugador con más presencias en el siglo XXI u ostentar el record de máximo artillero en el mismo espacio temporal. Hitos, que quedarán seguro para la historia y que alcanzarán la incuestionabilidad, de no ser porque existir esta sección, que busca el lado alternativo de la historia y trae a la mesa momentos de confusión.

Corría el Clausura 2003 cuando todo entró en un trance de eclosión. Apenas meses después del último galardón conseguido a nivel local, el team conducido aún por Américo Gallego buscaba el rumbo perdido a la vuelta de la esquina y que pareció haber quedado en la memoria del olvido de las exitosas campañas Rojas. Un 17ª puesto llevó a la salida del Tolo y al reemplazo por un hombre de peso: Oscar Ruggeri. El Cabezón asumió un 28 de mayo y todos los cañones apuntaban a pegar el salto cualitativo a nivel internacional y volver a los puestos de vanguardia.

El gran objetivo para OR y compañía estaría plasmado en la Copa Sudamericana de aquel año. El segundo trofeo en importancia, a nivel continental, era la presa por la que ir a luchar, con un plantel totalmente renovado respecto de aquel elenco consagrado, ya que apenas el defensor Franco quedaba en pie, al menos en la onceava titular del técnico. Entre ellos, uno de los que vio su partida y sobre quien comenzaremos a enlazar esta crónica era el de la recordada casaca número 23.

Daniel Grinbank, empresario dedicado al fútbol, era el apoderado del pase del Rolfi. Aquel que compró su ficha y lo cedió a los de Avellaneda por un año, fue el mismo que, ante la finalización del vínculo contractual, le sacó el dulce al niño y lo entregó a un rival directo: River Plate. El propio Millonario sería un obstáculo a vencer, en aquel difícil camino llamado Sudamericana y que tenía a un rival de peso en sus primeras instancias.

Los octavos de final reunirían a los de Avellaneda y los de Núñez a batirse a duelo, con el objetivo de acceder a una nueva llave que alimente el componente de la ilusión. En aquel equipo riverplatense estaba nada más y nada menos que nuestro ex valuarte, que regresaba a la Doble Visera mirado de reojo por toda la gente y con silbidos producto de una traición, así entendida por los espectadores. El equipo de Manuel Pellegrini fue claramente superior, pero el verdadero cruce, pese al baile que otorgaban los de camiseta con la banda roja, estaba en otro lado. Montenegro y la gente jugaban su duelo aparte, había otro fuego cruzado y un dolor en el medio que sustraía varias de las cosas que pudieran pasar, como el gol de Cavenaghi que abrió el marcador para el rival.

A los 37 minutos del primer tiempo, el clima pasaría a estar más espeso aún. Entre una sinfónica silbatina constante, y mientras el ahora diez de River dribleaba con el balón, llegó el momento de quiebre. Una escapada entrando por el vértice derecho del área grande y un remate cruzado violento que venció a Luis Islas decretaba el dos a cero para la visita, consecutivo a un festejo desmedido por el autor material del gol, sin saber para dónde ir por su corta y electrizante carrera, pero –quizá- entendiendo a quién buscar, rodeado de una marea de hinchas ajenos que supieron ser aliados. El score terminaría con un 1-4 que, prácticamente, depositaba la clasificación en el bolsillo para los del Gallinero, pero con el foco de broca y dolor puesto en otro lado, contextualizado por una platea colmada de insultos con un solo blanco en común.



Algo similar llegaría un tiempo más tarde. El Clausura ’04 convocaba a viejos conocidos en el Antonio Vespucio Liberti, por la cuarta jornada del certamen en cuestión. Ya sin Ruggeri en el banco, y con la vuelta de José Omar Pastoriza, el Rojo debía visitar la zona norte de Capital Federal para enfrentar a uno de los animadores del campeonato y volver a cruzar miradas con el homenajeado del día.

El resultado tuvo el mismo final. Zandunga 4-1 para el local, quizá producto de una costumbre a maltraer la racha contra el oponente de turno. Lo importante, en este post, pasará por otro lado. Aquella tarde del 7 de marzo, el Rolfi volvería a gritar, esta vez por duplicado, ante el Rey de Copas. El primero, de tiro libre, rasante, demostrando la especialidad de la casa. El segundo, obra de una habilitación de Cavenaghi que lo dejó solo frente al arco, con cierto dejo de suspenso, porque la redonda besó el travesaño antes de ingresar en su totalidad, ante la atenta mirada de Navarro Montoya, espectador de lujo en la escena. Esta vez, sin tanto frenetismo, esbozó una celebración con más mesura, corriendo hacia sus nuevos anfitriones, de camiseta blanca cruzada por el colorado, alimentando el enojo encarnado en la piel del hincha.

El Apertura 2005 será, al menos para nosotros, la última muestra que nos convoca al revisionismo de esta cronología. Otra vez, el peso de la paternidad tuvo un rol fundamental al torcer la balanza a un 3-1 en contra, en condición de visitante. Pese al arranque entusiasta, gestionado por un tanto de Bustos Montoya, la algarabía reinante en el rostro de Julio Falcioni duraría poco. Aquel bajito de potente disparo, ya con la 19 en la espalda, empató de cabeza, cobijó una pelota debajo de su camiseta y se sumó al festejo con sus compañeros, comandados por Reinaldo Mostaza Merlo. El resto fue un trámite y Radamel Falcao, cuando aún era un joven colombiano buscando su lugar en el fobal argento, clavó un doblete para sentenciar el tanteador.

El 2006 simbolizó un giro de 360 grados en este relato. Recorriendo la mitad del mes de junio, Julio Comparada -mandamás de la institución- pegó el golpe en el mercado de pases y anunció la contratación de Montenegro. Sí, aquel joven que debutó en el 2000, volvía después de tres años a Alsina y Bochini, con la pregunta de “¿Cómo actuará la gente?”, instalada en el morbo de los medios de comunicación.

Una desvinculación con un modus operandi ágil, tres millones doscientos mil dólares de por medio y 36 meses debieron pasar para que regrese el ex Olympique de Marsella. "La gente lo recibirá bien. Tiene muchas ganas de jugar acá. Incluso, cuando estábamos firmando el contrato él me dijo que estaba muy contento porque volvía a su casa”, reveló el Presidente bajando el malestar ocurrente y llevando un poco de mesura a los tablones.

Burruchaga le dio la cinta de capitán, pagó con goles, cumplió con creces y pasó a ganarse el respeto de los seguidores. "Cuando llegué hubo indiferencia, pero les demostré que siento la camiseta", soltó el propio enganche, en aires de tranquilidad y entendiendo que aquel encuentro de sus labios con el escudo del C.A.R.P  generó una situación en el cual, “es normal que te puteen, pero ya pasó”.

Años adelante, momentos vividos y cambios radicales llevarán a que las mayorías recapaciten y visualicen en el profesional un afecto general, al menos para las nuevas generaciones. El hecho de volver en el peor momento de la historia, demostrar actitud y compromiso, fueron asteriscos claves que llevaron a sanar las heridas, pese a su precipitosa salida post conflicto con Jorge Almirón.


Ya en Huracán, el presente construye otro marco, pero ante la duda de cualquiera, algún que otro periodista le consultó sobre la posibilidad de convertirle a su ex club. “No le gritaría un gol a Independiente”, sentenció el diez, incursionando en sus últimos ratos de fútbol en la capitalino barrio de Parque Patricios. No queda más que preguntar, para ustedes, el trayecto de Montenegro merece ¿Indulto o Condena?

1 comentario:

  1. Ni siquiera indulto, me animo a decir: la condena fue injusta con Montenegro. Al tipo lo putearon de todos lados por el mero hecho de irse a River, cosa que hizo impulsado por su manager, y que haya besado la camiseta de ellos fue una reacción provocada por los insultos que para mí estuvieron totalmente de más. Después creo que pagó con creces cualquier deuda, remándola en las malas y en las muy malas incluso. Lástima que no le tocó volver a salir campeón porque se lo merecía. Saludos!

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