El personaje de esta historia define a la perfección todo lo que la palabra curioso engloba. Con diversos matices de su vida llegó a
convertirse en un ícono del ascenso, con una estatua suya moldeándose para que
quede en el recuerdo vivo luego de su ¿cercano? retiro. A los 42 años continúa
despuntando el vicio del fútbol, con vivencias divididas entre el asado y buen
vino argento y la lógica del fastfood de Estados Unidos.
Corría el año 1997 cuando Independiente, bajo la
conducción técnica de César Luis Menotti, se alistaba para para un nuevo
comienzo de temporada. El Flaco, de
ligazón con la entidad de Avellaneda, buscaba un típico enlace que sea el nexo
entre los de arriba y los muchachos que ocupaban la zona medular, por lo que hurgó entre
tanto talento escondido desparramado por muchísimas piernas del mundo de la
redonda. Un diez clásico, que recobre la memoria de un elenco ganador,
cuyos últimos títulos –Supercopa 1994/95, Recopa 1995 y Primera División 1994-
descansaban en una retina sedienta por más acompañantes que obnubilen los ojos
de los espectadores.
Entre todos esos nombres, un joven talento que la
descocía en Nueva Chicago llamó la atención del ex estratega campeón del mundo
con la selección. De gran técnica y pegada con la diestra, Christian Gómez apareció por primera vez en el radar del Rojo y llegó para quedarse, al menos, por un tiempo.
Bajo las órdenes del longilíneo entrenador, de tupida
y larga cabellera, característico por poseer siempre un cigarro entre sus
dedos, dio sus primeros toques con el balón en la “Doble Visera”, ocupando un
lugar entre las plantillas durante dos años, pero con un final con un sinsabor
que dejó ganas de revancha, por no poseer el cúmulo de minutos suficientes en su posición natural, tal como explicó en una entrevista que brindó
para El Gráfico, al mismo tiempo que describió la metodología de su mentor: “Fue un entrenador que
siempre me tuvo en cuenta, pero con quien no jugaba en mi puesto. Con él lo
hice muchas veces de mediapunta y en ese lugar me costaba, no rendía. Es una
persona con grandes conocimientos. Nos brindaba conceptos que excedían lo futbolístico,
nos hablaba de la vida”, argumentó Gomito,
cuyo énfasis cambió con la llegada de Enzo Trossero al banco, con quien
sostiene todo pegó un giro de 360 grados dentro del campo, pero donde vio poco accionar,
debido a que el futuro le tenía preparado un nuevo destino en su larga trayectoria.
Argentinos Juniors –a préstamo y sin opción- aparecía en su radar entrados en el
nuevo milenio, antes de una vuelta a su amor de toda la vida: Nueva Chicago.
Veinticuatro meses debieron pasar para que los dos componentes
principales de nuestra historia pasaran a convertirse, nuevamente, en interjección. Villa Domínico amanecía
con los gritos de Américo Gallego, bombero cuyo fin era apagar el fuego de
magras campañas anteriores y hacer de los suyos un equipo competitivo para figurar
entre los primeros planos. Entre sus soldados, Gómez, se alistaba para volver
al ruedo, tomarse su tiempo para demostrar y sentenciar que estaba para la elite doméstica.
Todo salió a pedir de boca a partir de ese momento. El
actor principal de esta crónica, era corriente moneda de cambio ante una
posible salida de Daniel Montenegro o Federico Insúa y, con el Tolo, llegó a marcar más los tacos de
sus botines en el césped, ganando terreno y otorgándose el lujo de marcar, por
ejemplo, en la goleada ante Talleres de Córdoba, provincia esquiva si las hay,
en donde el Rey no volvió a ganar hasta
el corriente 2017.
Así define, él mismo, su papel en el aquel plantel
modelo ’02: “Fui feliz en Independiente.
En el equipo campeón del 2002 tuve la posibilidad de jugar varios partidos. Ahí
pude galardonar en Primera”, al mismo tiempo en que no reparó en tirar
flores para el padre de la criatura: “Gallego
fue uno de los técnicos más claros que tuve. Era muy directo, simple”.
"Gomito" festeja la obtención del Apertura '02, junto a Franco, Milito y Pusineri. |
El año 2003 entró en la vida de todos los argentinos
y, Christian, se alistaba para las competencias pertinentes en aquel entonces. "Sé que cuando estoy bien físicamente
puedo rendir mucho mejor. En estos momentos estamos haciendo un gran esfuerzo y
estoy bien, esperando aprovechar las oportunidades”, soltó ante el sofocante verano marplatense como testigo, aunque con un porvenir distante del que él
esperaba. El 2003 volvió a encontrar a los nuestros lejos del trono a nivel local y, como era de esperarse, la limpieza llegó. Un
préstamo a Arsenal de Sarandí y una salida a mediados del 2004 junto a nombres
como Damián Manso, Emanuel Rivas, Cristian Zurita o Maximiliano Ayala, entre
otros, fue el fin de su historia con la divisa punzó.
A su paso por Avellaneda, le siguió una notoria
carrera por la nación del dólar, obteniendo dos Copas con el D.C United, antes
de pegar la vuelta a su natalicio Mataderos, para devolver la gloria al Torito, regresar a primera, concretar
sus 100 goles con esta entidad y darse el lujo, a sus 42 años, de jugar junto a su hijo Gabriel
Gómez, a quien señalan como el Heredero.
Su estadía en Alsina y Bochini arroja un saldo de 86
partidos, divididos entre campeonatos locales y Copa Mercosur, un registro de
doce tantos y la creación de un personaje entrañable, que se dio el gusto de
dar una vuelta olímpica en el Bajo Flores y convertirse en profeta dentro de su tierra.
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