Alguna que otra vez nos
encontramos con ciertos personajes dispuestos a trabajar de lo que sea. Aquel
que, por algún motivo u otro, cae en las entrañas de cualquier labor, que posee
mil experiencias y va por muchas más. El fútbol –como cualquier otro oficio-
está inmerso dentro de la baraja de posibilidades de aquellos que resultan un
tanto afortunados, debido a sus dotes con la redonda. Un trabajo sin oficina,
pero compuesto de entrenamientos y concentraciones de lunes a domingo, que
confluye con la cotidianidad de las mayorías marginadas del profesionalismo en
este deporte, aunque con ciertas excepciones a la regla.
Córdoba. Mítica provincia
enlazada con miles de factores que llevan al imaginario de una de las regiones
más bonitas de Argentina. El cuarteto, sus ciudades, paisajes, la tonada, el
trasfondo histórico-cultural y el fernet (?) serán las primeras características
rimbombantes que vendrán a nuestra cabeza a la hora de pensar en ella. En el
epicentro de esa provincia, apenas tres meses después de la Copa del Mundo de
1974, nacía un nuevo proyecto de futbolista. Al menos eso demostró la historia,
pese a los condicionantes que hacían creer que el rumbo de este personaje
estaría desviado hacia otros lares. Darío Sala, haría su primera aparición un
17 de octubre y, con él, la personificación de un guardameta con vasta
trayectoria en el ámbito doméstico.
Pese a su poco fanatismo
por el deporte en sí, definido por él mismo ante la vagancia que el generaba ir
a entrenar, su primer contacto con el balompié se dio desde el lado de afuera
del alambrado. Lejos –en ese entonces- de ser alguno de los 23 personajes que
corren detrás de una pelota, ocupaba su tiempo vendiendo churros o choripanes
en diversas canchas, como la de Instituto -institución de la cual reconoció ser
hincha- pero en donde no tuvo lugar para demostrar sus cualidades.
Ante su necesidad del
rebusque, incursionó en varios trabajos autónomos mientras transcurría su
adolescencia. Paseador de perros y comerciante fueron las principales
actividades durante su adolescencia, antes de caer en la universidad para
estudiar abogacía, convertirse en Teniente del Liceo Militar General Paz o
encontrar su felicidad ligada a un balón.
Un día cualquiera en
Nueva Córdoba, Sala se alistaba para comenzar una rutina rodeada de canes o de
alguna que otra factura que debía vender a los espectadores en el Parque
Sarmiento. Sin embargo, y como cualquier volantazo propio de la vida, vio en un
diario que probaban jugadores libres. “A
cuatro días de haber leído eso ya era profesional”. Su aventurista travesía
lo llevó a pisar suelo porteño por primera vez. De 1992 a 1995 San Lorenzo de
Almagro se conviertó en la entidad en propiciarle su primer contrato. Entrenado
por Héctor Baley –guardavallas campeón del mundo en 1978- que fue su mentor durante
los tres años en el Bajo Flores.
Sin embargo, y pese a la
oportunidad en uno de los equipos grandes de Argentina, su reticencia a estar
en la gran ciudad lo llevó a volver a su Córdoba natal, para brindar sus
voladas a Belgrano de Córdoba, casaca que vistió durante una temporada y con la
que –tiempo después- reconoció haberse emocionado por el ascenso a primera en
el 2011, pese a su fanatismo por La
Gloria. Racing cordobés y Belgrano, entre 1996 y 1998, completan un
cuarteto de sentimientos por entidades de aquella provincia, antes del regreso
a Buenos Aires.
En 1999 recae en el
conurbano para sumarse a las filas de Los Andes. Con los Milrayitas, lugar en donde ganó la condición de idolatría, logró
el ascenso a la primera división, con grandilocuentes actuaciones, ocho vallas
invictas y un salto a la elite que le permitió su revancha en un gigante: River
Plate.
El Millonario representó un desafío difícil de solventar por la
presencia de Bonano en el arco millonario.
Pese a eso, el cúmulo de cotejos sería alentador, debido a la participación en
la extinta Mercosur, Libertadores y certamen local que llevaba a una triple competencia,
aliciente más que preponderante para probar suerte en el arco del Antonio
Vespucio Liberti. Doce cotejos resultaron escasos y terminó cedido en donde a nosotros
más nos incumbe: Independiente.
Llegaba el 2001 y Sala,
marginado pese a la amistad que generó con Américo Gallego, decidió cambiar de
aires y buscar la consagración en otros lares. Y ¿qué mejor que llegar a
Avellaneda? A préstamo por un año, a cambio de 80.000 dólares, una plusvalía de
115.000 y la posibilidad de acrecentar su estadía por doce meses más, decidió
firmar con el Rojo, lugar en donde
tuvo la oportunidad de recaer anteriormente, de no ser por sus dudas y la
puesta del gancho con la banda.
“Vengo
a uno de los clubes más grandes. Puede ser lo que necesito para mi vida
futbolística. Vengo a triunfar acá. Y a devolverle la confianza a los
directivos, al técnico que dio el okey y a toda la gente que en la calle me
dice venga al Rojo”, soltó a pocos minutos de poner la
rúbrica en el contrato y alistarse bajo las órdenes de Enzo Trossero.
El esperado debut llegó
por la Copa Mercosur. Un Diablo
envuelto en esas míticas noches que tanto disfruta, cruzaba la Cordillera de
los Andes para visitar al Colo-Colo chileno. Un equipo diezmado por las bajas
del avión Ramírez y Silvera, debía
conseguir un buen resultado para aspirar a tener chances para acceder a la
próxima fase del certamen, cosa que no sucedió. Aquella noche en el Monumental
de Santiago, cayó por dos a uno –gol convertido por Gastón Galván- en lo que
significó el bautismo con la divisa punzó.
Las oportunidades fueron
pocas. Un plantel integrado por el mismo Sala, junto a Damián Albil y Ariel
Rocha hacían dificultosas sus posibilidades de actuar de forma consecutiva,
sumado al condimento de que Rocha era el de más preferencia para el deté, al menos hasta el 2002.
Consumada la salida de
Trossero y la asunción de Néstor Cláusen con buzo de entrenador, el Clausura 2002 representaría más acción para Sala. Pese a arrancar en el banco de
suplentes ante la titularidad del mencionado blondo golero, se adueñó del
puesto a partir de la cuarta fecha, en una victoria dos a cero ante Belgrano. A
partir de allí, atajó casi siempre, a excepción de un encuentro en donde Albil dijo
presente.
El rodaje, no fue de vital importancia para
llegar al producto esperado. La renovación esperada no llegó y el Apertura
2002, ya con Américo Gallego como cráneo estratega del equipo, le deparó una
salida y el éxodo, por primera vez, a una liga del exterior. El Deportivo Cali
lo cobijó entre sus filas y logró convertirse en el mejor portero del fútbol
cafetero en el 2003.
El fatídico episodio que
tuvo que vivenciar, cuando un rayo cayó sobre la humanidad de dos compañeros en
el verdiblanco llevaron a la
situación de la rescisión del contrato, comprando él mismo su pase con ahorros,
y el regreso al cono sur sudamericano para jugar en Newell´s. Rosario no estuvo
cerca y volvió a sentarse en la banca de sustitutos ante la titularidad de Luciano
Palos, tal como explicó el Bambino Beira, DT
de La Lepra: “Sala habló conmigo y le
expliqué que hoy no tenía lugar en el equipo porque Palos estaba pasando por un
buen momento y él no está para seguir esperando”.
Jaguares de Chiapas lo
llevó a México y lo devolvió pronto en el 2004, para que recaiga en las filas
de Arsenal de Sarandí, en donde estuvo unos meses. En 2005 pisaría suelo
norteamericano y jugaría en el F.C Dallas hasta el 2010, equipo con el que se
retiró y que le propuso el famoso “sueño
americano”, que lo cautivó y llevó a que hoy en día continúe en territorio presidido por Trump.
Ya retirado, llegó a la
Selección (?). En 2015 le dio a una mano a Gerardo Martino y ofició de
traductor para el elenco del Tata,
durante una gira que realizaron en la tierra de las fast food. Pese a
esta changuita, descubrió varios
rubros nuevos durante su estadía en Florida y continuó con el que mejor sabe
hacer: definido por él mismo, su mejor ocupación la encuentra siendo un “busca vida profesional”.
“Vendo pasto sintético; ropa para entrenar en Texas; tengo los derechos
deportivos de los equipos de Showbol en los Estados Unidos y México; produzco
tres programas de la cadena ESPN en Houston y Dallas; escribo para la revista
‘Furia Deportiva’ y represento a varios jugadores, como Mauro Rosales”,
destacó el uno, inmerso en la
comunidad del dólar, lejos de Avellaneda, de su natalicia Córdoba y de los
sándwiches de chorizo con los que supo agasajar en su precoz juventud.
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