domingo, 5 de febrero de 2017

Emanuel Bocchino



Nuestro homenajeado de esta oportunidad adquiere matices que por momentos se asemejan a la ciencia ficción. Y no se trata de un futbolista que decidió optar por un destino excéntrico donde jugar a la pelota, ni tampoco de algún freak de pantalones cortos que portó rarezas en el campo de juego. La extrañez del defensor Emanuel Bocchino parte desde su génesis. Y para eso no basta con remontarse a sus épocas en la pensión de Independiente, esperando la oportunidad de debutar en la máxima división. Nada de eso: Deberíamos calar más hondo e ir a su más temprana infancia. E incluso un poco antes.

Bigand, un pueblo del sur santafesino escondido entre carreteras y caminos de tierra, durante los años ochenta. Los escasos miles de habitantes que transitan sus calles, comercios, escuelas y plazas viven una rutina puntual y explícita. Un oficial de policía merodea las cuadras semi-vacías. Un grupo de chicos apuran la compra de figuritas en un kiosco para ir a la única escuela que hay allí. La cantina principal posa en su frente un pizarrón gastado que anuncia el platillo del día. El sol brilla y las palomas picotean las baldosas. Normalidad podría ser la palabra exacta que describa la escena. Pero a partir de una noche, todo parece tornarse más extraño y confuso. ¿Qué sucedió?

"¡Luces en el cielo!" gritaban los incrédulos bigadenses testigos de lo que la velada había deparado para el pueblo. Era verano, 26 de Enero de 1987 para ser más exactos, por ende a las diez de la noche algunos recién empezaban a saborear su cena y ciertos jóvenes aún jugaban en las calles. De un momento para el otro, todo el vecindario estaba en la calle. Sus ojos miraban hacia la nada nocturna. En ella, una indescifrable masa rojo-amarillenta se movía lentamente por el firmamento. Por instantes se escondía entre nubes de noche que anunciaban una tormenta. Realizó algunas reapariciones por varios minutos y luego se perdió en un océano de oscuridad. Y si bien la racionalidad intentaba establecerse en la mente de los habitantes de aquel lugar, el frío miedo a lo desconocido se respiró hasta altas horas de la madrugada en las casas de Bigand.

La ausencia de una tecnología a mano que capturara el momento y la distancia que poseía el pueblo de los grandes centros hizo que la extraña experiencia quedara sepultada en el inconsciente de los vecinos. Treinta años pasaron ya de aquel hecho y lo único que se puede recuperar, navegando en internet, es un recorte del diario La Nación con el que dieron los muchachos de Cata Ovni Argentino, el cual relata el fenómeno. Hay quienes juran y perjuran que aquel fue un verano diferente al resto. Que personas nunca antes vistas en el pueblo se paseaban de forma errática por las calles y que vehículos de vidrios ahumados patrullaban en las noches las afueras del sitio. Todo queda reprimido en algún rincón de la historia de Bigand. Muchos de los chicos que observaron las luces extrañas en el cielo ya han dejado el pueblo hace décadas para buscar mejor suerte en la ciudad. Y algunos pueblerinos testigos del caso poseen una edad demasiado avanzada ya como para recordar con exactitud que pasó. Pero resulta imposible no sentir que estamos leyendo un impensado guión de una versión argentina de Stranger Things. Los condimentos están casi todos. Careceríamos de la aparición de una Eleven, gestada desde la extrañeza de los sucesos para dar cuerpo a nuestro relato. Y aquí es donde todo se pone aún más interesante.

Poco más de un año había pasado de aquella experiencia ¿paranormal? cuando llegó al mundo Bocchino, nacido y criado en Bigand. La concepción de su persona era apenas un tema que sus padres se encontraban analizando cuando el cielo del pueblo se tiñó gracias a la mencionada aparición luminaria. Pero es imposible no imaginar, fantasear más bien, con una especie de conexión: Que aquella luz rojo-amarillenta era el vaticinio de los tiempos más extraños de sus vidas, que tiempo más tarde un elegido llegaría al mundo desde un lar ajeno a cualquier percepción humana, transeúnte de una galaxia a años luz de nosotros, que hizo contacto por alguna casualidad cósmica con aquella porción de Santa Fe. 

Y, en efecto, Bocchino creció, pero no se transformó en ninguna clase de Eternauta. Y de haberlo hecho, lo disimuló bastante bien. Porque su vida la dedicó al fútbol, mostrando dotes con la redonda en las plazas de su pueblo y probando suerte en nuestro Independiente, donde haría inferiores y arribaría al debut con 20 años, en la derrota 2 a 1 con Arsenal de Sarandí en cancha de Racing, disputando un encuentro correspondiente a la última fecha del Apertura 2008. En aquella ocasión, nuestro protagonista compartió una polémica (?) línea de cuatro con Mariano Viola, Ángel Puertas y Matías Di Gregorio. Jugó los noventa minutos y vió la tarjeta amarilla. 

Si bien durante el verano del 2009 tuvo algo de acción en encuentros veraniegos, el entrenador en aquel entonces, Miguel Ángel Santoro, prácticamente no lo tenía en cuenta. Un único cotejo es, entonces, el que registra en El Rojo, desvinculándose definitivamente en aquel año para así buscar suerte en las profundidades del ascenso. Hoy es parte de equipo boliviano del Blooming, palabra que en nuestra lengua significa algo así como "florescente". Como aquellas luces en el cielo de Bigand, durante esa extraña velada de los 80'... 





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