domingo, 26 de febrero de 2017

Lucas Villafáñez

La historia de hoy convoca a un nuevo viaje por la Argentina. Una travesía que comienza a 1.753 kilómetros de la ciudad en la que reside el club de nuestros amores. Un lugar frío, austral y bien al sur de nuestro país, en donde nuestro homenajeado comenzó a dar sus primeros pasos ligados a la redonda.

Año 1991. Comodoro Rivadavia, lugar perteneciente a la provincia de Chubut, parecía entrar en un auge, a nivel social, que hacía soñar a todos los habitantes. Con la Guerra del Golfo, en Irak, que provocó una suba en la explotación del petróleo, materia prima en el sur argentino, el comienzo de la década de los ’90 aparentaba ser prometedor y con signos de crecimiento. Sumado a eso, en el año en cuestión, el municipio pasaría, por primera vez en su historia, la barrera de los 100.000 habitantes, hito significativo para el lugar.

Si bien las privatizaciones de empresas como  YPF, Gas del Estado y Correo Argentino, tuvieron un grave impacto en la producción principal, lo que acarreó a un declive económico a nivel general, no es la parte política, ni una remembranza cronológica lo que nos lleva hasta aquí. Es que, entre esas más de 125.000 personas que ocuparon el suelo sureño en la década de los noventa, aparecía un nuevo talento con dotes futboleros que buscaría el sueño de convertirse en profesional.

Lucas Villafáñez  nació el cuatro de octubre del ’91. Sin conciencia de lo que la vida le depararía en un futuro, comenzó a gestar y perfeccionar sus habilidades en el fútbol, con el afán de jugar en primera y convertirse en estrella.

Sus primeros pasos los dio en la Comisión de Actividades Infantiles, en donde pasó por las divisiones inferiores, hasta llegar a primera. El elenco, que en el 2006 militaba en el Nacional B, decidió lanzarlo a las tumultuosas aguas del profesionalismo y ser la institución que marque su debut.

Con apenas 16 años, y un porvenir por delante, dio sus primeros pasos en un fútbol donde las condiciones climatológicas, tienen un papel más preponderante que en cualquier otra región. “Jugar en Comodoro es difícil, con mucho viento”, soltó el enganche, ante la adversidad de poder mostrar su talento por factores externos a lo que vivía en verde rectángulo.

El enlace por naturaleza, aunque con prestaciones para hacerlo por los costados ocupando la posición de extremo recorrió las provincias, a lo largo y ancho del país, buscando el ansiado boleto que lo lleve a primera división, pero sin éxito deportivo consumado.

Pero las puertas parecían abrirse para él. Si bien el deseo colectivo no logró cumplirse, otra entidad, que comparte el mismo acrónimo que la que lo formó, se cruzó en su camino con el fin de llevarlo a la elite. El Club Atlético Independiente lo iría a buscar, de la mano de Cesar Menotti –que en ese momento ocupaba el rol de manager- y Daniel Garnero, técnico en aquel entonces, para que le de los destellos de claridad que al equipo le faltaban.

Llegó a mediados con el mote de una promesa y apuesta a futuro, en una operación de un préstamo. Sin embargo, durante el primer semestre, no pudo estar a disposición para el Dani, debido a una fuerte lesión que lo marginó durante seis meses de los campos. 

Es así que, de agosto a diciembre, no logró compartir mucho con Garnero. Tras una derrota ante Banfield, por cuatro a cero, la comisión directiva decidió dar un cambio a la conducción técnica. Si bien Garnero expresó que tenía fuerzas para continuar, la CD, encabezada por Julio Comparada, le agradeció por poner el pecho, pero le pidió un paso al costado, acción que derivó en la posterior renuncia de Menotti. Héctor Maldonado, secretario general en aquel entonces, cargó duro contra el ex manager: “Hablamos muy poco con él. En Independiente no sirvió esa función".

Antonio Mohamed sucedería en el cargo. Con él en el banco alternaría entre reserva, banco de suplentes, algunos partidos en primera y tendría la cancha de debutar oficialmente, en un encuentro que culminó con derrota por la mínima ante Tigre. Su actuación más destacada, llegaría en mayo, cuando anotó el tanto para decretar el empate ante Boca, por uno a uno, en la Bombonera, a cinco minutos de haber ingresado y en su tercer partido con la camiseta del diablo.

Quien idolatra a Pablo Aimar, prócer en su posición, tendría pocos minutos y, en el 2013, recogería sus cosas y pasaría a Huracán, en donde lo esperaba un viejo conocido: Antonio Mohamed. A préstamo en el elenco de Parque Patricios durante un año, no logró afianzarse, ni encontrar continuidad, lo que provocó que en 2014 regresara a Villa Domínico, relegado y con contrato hasta el 2015.

Es por eso que, en ese mismo año, decidió cambiar de aires y pasó a jugar en Grecia. El Panetolikos F.C lo esperaba con los brazos abiertos, con un contrato en carácter de cesión, con una durabilidad de dos años, y una opción de compra de un millón de dólares. Adrián Fernández, Javier Báez, Leonel Buter y Walter Busse complementaron el éxodo de jóvenes en ese mercado de pases. En el viejo continente, no eran todas malas y un ex compañero volvería a cruzarse en su camino: Fernando Godoy.

En el Panetolikos demostró su mejor versión, similar a lo que pasó en 2011, donde fue convocado para el Mundial Sub 20 de Colombia y los Juegos Panamericanos. En Grecia los fanáticos pasaron a tomarlo como referente e ídolo, ya que disputó 40 partidos, marcó doce goles y dio seis asistencias. Sus buenas actuaciones lo llevaron a recalar en el Panathinaikos, gigante del fútbol greco, en donde deja sus destellos hasta el día de la fecha.

Poco recalamos sobre su partida. Es que su ida estuvo llena de altercados y fuego cruzado. Su saldo dejó 37 encuentros y 3 goles, durante su estadía en Bochini y Alsina. Sin embargo, la relación, no quedó del todo bien. Por una cláusula impaga del contrato del jugador al  momento de llegar de la CAI de Comodoro Rivadavia, embargó al Rojo en 1.400.000 millones de pesos, lo que podría haberle impedido al club el cobro de derechos televisivos. La comisión, ya con Hugo Moyano a la cabeza, le encontró salida al asunto y todo quedó claro, pero con algún recelo dando vueltas.

Criado en el sur, afianzado en el conurbano bonaerense, Villafáñez pasó su carrera siempre ligado, de alguna u otra forma a Independiente: La institución formadora fue la CAI, pasó al C.A.I de Avellaneda, lo dirigió dos veces Mohamed y, cuando pasó de continente, a explorar una liga poco coterránea, llegó a encontrarse con otra joven promesa, que poco duró en el club: el perro Godoy.


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