La historia de hoy
convoca a un nuevo viaje por la Argentina. Una travesía que comienza a 1.753
kilómetros de la ciudad en la que reside el club de nuestros amores. Un lugar
frío, austral y bien al sur de nuestro país, en donde nuestro homenajeado
comenzó a dar sus primeros pasos ligados a la redonda.
Año 1991. Comodoro
Rivadavia, lugar perteneciente a la provincia de Chubut, parecía entrar en un
auge, a nivel social, que hacía soñar a todos los habitantes. Con la Guerra del
Golfo, en Irak, que provocó una suba en la explotación del petróleo, materia
prima en el sur argentino, el comienzo de la década de los ’90 aparentaba ser
prometedor y con signos de crecimiento. Sumado a eso, en el año en cuestión, el
municipio pasaría, por primera vez en su historia, la barrera de los 100.000
habitantes, hito significativo para el lugar.
Si bien las
privatizaciones de empresas como YPF,
Gas del Estado y Correo Argentino, tuvieron un grave impacto en la producción
principal, lo que acarreó a un declive económico a nivel general, no es la
parte política, ni una remembranza cronológica lo que nos lleva hasta aquí. Es
que, entre esas más de 125.000 personas que ocuparon el suelo sureño en la
década de los noventa, aparecía un nuevo talento con dotes futboleros que
buscaría el sueño de convertirse en profesional.
Lucas Villafáñez nació el cuatro de octubre del ’91. Sin
conciencia de lo que la vida le depararía en un futuro, comenzó a gestar y
perfeccionar sus habilidades en el fútbol, con el afán de jugar en primera y
convertirse en estrella.
Sus primeros pasos los
dio en la Comisión de Actividades Infantiles, en donde pasó por las divisiones
inferiores, hasta llegar a primera. El elenco, que en el 2006 militaba en el
Nacional B, decidió lanzarlo a las tumultuosas aguas del profesionalismo y ser
la institución que marque su debut.
Con apenas 16 años, y
un porvenir por delante, dio sus primeros pasos en un fútbol donde las
condiciones climatológicas, tienen un papel más preponderante que en cualquier
otra región. “Jugar en Comodoro es difícil, con mucho
viento”, soltó el enganche, ante la adversidad de poder mostrar su talento por
factores externos a lo que vivía en verde rectángulo.
El enlace por naturaleza, aunque con prestaciones para
hacerlo por los costados ocupando la posición de extremo recorrió las
provincias, a lo largo y ancho del país, buscando el ansiado boleto que lo
lleve a primera división, pero sin éxito deportivo consumado.
Pero las puertas parecían abrirse para él. Si bien el
deseo colectivo no logró cumplirse, otra entidad, que comparte el mismo
acrónimo que la que lo formó, se cruzó en su camino con el fin de llevarlo a la
elite. El Club Atlético Independiente lo iría a buscar, de la mano de Cesar
Menotti –que en ese momento ocupaba el rol de manager- y Daniel Garnero,
técnico en aquel entonces, para que le de los destellos de claridad que al
equipo le faltaban.
Llegó a mediados con el mote de una promesa y apuesta a
futuro, en una operación de un préstamo. Sin embargo, durante el primer
semestre, no pudo estar a disposición para el Dani, debido a una fuerte lesión que lo marginó durante seis meses
de los campos.
Es así que, de agosto a diciembre, no logró compartir
mucho con Garnero. Tras una derrota ante Banfield, por cuatro a cero, la
comisión directiva decidió dar un cambio a la conducción técnica. Si bien
Garnero expresó que tenía fuerzas para continuar, la CD, encabezada por Julio
Comparada, le agradeció por poner el pecho, pero le pidió un paso al costado,
acción que derivó en la posterior renuncia de Menotti. Héctor Maldonado,
secretario general en aquel entonces, cargó duro contra el ex manager: “Hablamos muy poco con él. En Independiente
no sirvió esa función".
Antonio Mohamed sucedería en el cargo. Con él en el
banco alternaría entre reserva, banco de suplentes, algunos partidos en primera
y tendría la cancha de debutar oficialmente, en un encuentro que culminó con
derrota por la mínima ante Tigre. Su actuación más destacada, llegaría en mayo, cuando anotó
el tanto para decretar el empate ante Boca, por uno a uno, en la Bombonera, a cinco
minutos de haber ingresado y en su tercer partido con la camiseta del diablo.
Quien idolatra a Pablo Aimar, prócer en su posición,
tendría pocos minutos y, en el 2013, recogería sus cosas y pasaría a Huracán,
en donde lo esperaba un viejo conocido: Antonio Mohamed. A préstamo en el
elenco de Parque Patricios durante un año, no logró afianzarse, ni encontrar
continuidad, lo que provocó que en 2014 regresara a Villa Domínico, relegado y
con contrato hasta el 2015.
Es por eso que, en ese mismo año, decidió cambiar de
aires y pasó a jugar en Grecia. El Panetolikos F.C lo esperaba con los brazos
abiertos, con un contrato en carácter de cesión, con una durabilidad de dos
años, y una opción de compra de un millón de dólares. Adrián Fernández, Javier
Báez, Leonel Buter y Walter Busse complementaron el éxodo de jóvenes en ese
mercado de pases. En el viejo continente, no eran todas malas y un ex compañero volvería a cruzarse en su
camino: Fernando Godoy.
En el Panetolikos demostró su mejor versión, similar a
lo que pasó en 2011, donde fue convocado para el Mundial Sub 20 de Colombia y
los Juegos Panamericanos. En Grecia los fanáticos pasaron a tomarlo como
referente e ídolo, ya que disputó 40 partidos, marcó doce goles y dio seis
asistencias. Sus buenas actuaciones lo llevaron a recalar en el Panathinaikos,
gigante del fútbol greco, en donde deja sus destellos hasta el día de la fecha.
Poco recalamos sobre su partida. Es que su ida estuvo
llena de altercados y fuego cruzado. Su saldo dejó 37 encuentros y 3 goles, durante su estadía en
Bochini y Alsina. Sin embargo, la relación, no quedó del todo bien. Por una
cláusula impaga del contrato del jugador al
momento de llegar de la CAI de Comodoro Rivadavia, embargó al Rojo en 1.400.000 millones de pesos, lo
que podría haberle impedido al club el cobro de derechos televisivos. La
comisión, ya con Hugo Moyano a la cabeza, le encontró salida al asunto y todo
quedó claro, pero con algún recelo dando vueltas.
Criado en el sur, afianzado en el conurbano bonaerense, Villafáñez pasó
su carrera siempre ligado, de alguna u otra forma a Independiente: La
institución formadora fue la CAI, pasó al C.A.I de Avellaneda, lo dirigió dos
veces Mohamed y, cuando pasó de continente, a explorar una liga poco coterránea,
llegó a encontrarse con otra joven promesa, que poco duró en el club: el perro Godoy.
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